El tigre de Chamberí

 

Sinopsis: Miguel Orégano, apodado “el Tarta” por su tartamudez, logra colarse en el fútbol junto a su amigo Manolo. Durante una discusión por un lance del partido, el primero deja KO a otro espectador, quien resulta ser Pedro Molina, campeón de boxeo de España. Este hecho otorga a Miguel una notoriedad que le lleva a adentrarse en el mundo del pugilismo bajo el nombre de “El Tigre de Chamberí” y con su colega Manolo como representante.

 


Título original: El tigre de Chamberí
Año: 1958 (España)
Director: Pedro L. Ramírez
Productora: Aspa Producciones Cinematográficas
Guionistas: Vicente Coello, Vicente Escrivá
Fotografía: Federico G. Laraya
Música: Federico Contreras
Intérpretes: José Luis Ozores (Miguel Orégano, “El tigre de Chamberí”), Tony Leblanc (Manolo), Hélène Rémy (Marisa), José Marco Davó (Sr. Román), Julia Caba Alba (madre de Miguel), Miguel Ángel Rodríguez (Quique), Antonio Garisa (entrenador), José Ramón Giner (camarero), Leo Anchóriz (Carlos), Aníbal Vela hijo (amigo de Miguel), Juana Ginzo (la vecina del 3º), Julio Goróstegui (apoderado de Molina), Goyo Lebrero (hombre que alquila la silla de ruedas), Ángel Calero (árbitro del combate), Emilio Orozco (Pedro Molina), Aníbal Vela (hombre que paga a Miguel), Juan Cazalilla (locutor)…

Como era usual en aquellos tiempos y durante muchos años en el cine español, Pedro L. Ramírez tuvo que hacer méritos y ejercer muchos puestos empezando desde abajo antes de llegar a dirigir su primera película. Su extensa trayectoria profesional en el séptimo arte dio comienzo como simple figurante, para ir ascendiendo en el escalafón y ejercer posteriormente de actor, regidor y ayudante de dirección. En este último puesto trabajó en doce producciones entre 1946 y 1955, en muchas de ellas colaborando con Rafael Gil. Su debut como director sería, como era lógico, en el seno de la productora Aspa de Vicente Escrivá, firma habitual de las películas de la época de Gil para la que realizó Recluta con niño (1956), una ópera prima a la que siguió aquel mismo año la adaptación de la obra de Enrique Jardiel Poncela Los ladrones somos gente honrada (1956), a la que se sumaron poco después otros títulos, caso de la coproducción con Italia La Cenicienta y Ernesto/La regina de la novera gente (1957) o el que aquí nos interesa, El Tigre de Chamberí (1958), contando en todos ellos con la presencia de José Luis Ozores ejerciendo de protagonista o bien desempeñando papeles secundarios.

Tras varios títulos más para distintas productoras, apostando sobre todo por la comedia, Ramírez dirige en 1962 Los guerrilleros, el primero de los muchos vehículos cinematográficos para su lucimiento que protagonizaría el popular cantante Manolo Escobar. Con este trabajo, el realizador diría adiós al cine durante unos diez años, centrando su trabajo en el campo televisivo, llevando a la pequeña pantalla una serie de obras de la literatura universal. No regresaría al celuloide hasta comienzos de los setenta. Alejado de las habituales comedias de su primer periodo, facturaría entonces un puñado de filmes de género, no muy destacables, que le granjearon muy malas críticas, caso del spaghetti-wéstern Judas… ¡Toma tus monedas!/Attento gringo… è tornato Sabata! (1972), una coproducción de los Balcázar con la italiana Empire Films; Ninguno de los tres se llamaba Trinidad (1973), wéstern cómico en la estela marcada por Enzo Barboni con Le llamaban Trinidad (Lo chiamavano Trinità…, 1970) y que Ramírez realizó para Ignacio F. Iquino; El pez de los ojos de oro (1974), un giallo a la española basado en un bolsilibro de Curtis Garland que está considerado por muchos entre lo peor de este tipo de thrillers; y El colegio de la muerte (1975), cinta de terror no muy lograda, también con los Balcázar de por medio, y que supuso la despedida definitiva del realizador del medio.

El tigre de Chamberí sigue siendo a día de hoy, junto con su primera incursión en las pantallas, el trabajo más celebrado y mejor recordado de este olvidado y ninguneado director nacido en Almería, así como uno de los más perpetuados en la memoria del público entre los que protagonizó el prontamente malogrado José Luis Ozores, en esta ocasión secundado por otros grandes intérpretes de nuestro cine, como Tony Leblanc, que interpreta a Manolo, el amigo liante que mete a nuestro protagonista en el mundo del boxeo para sacar provecho propio, en uno de esos papeles de caradura que se le daban tan bien; Antonio Garisa como el entrenador, otro pillastre con ganas de sacar tajada; Julia Caba Alba en el papel de la madre del protagonista; o Leo Anchóriz como Carlos, el rival de Miguel por los amores de Marisa (la francesa Hèléne Remy) y, al contrario de aquél, un vividor y mujeriego. Todos ellos se amoldan a los roles con los que el respetable los tenía identificados. El guion, obra de los habituales Vicente Coello y Vicente Escrivá, se acomoda a las costumbres de la época, acudiendo a los lugares y situaciones comunes y siguiendo los derroteros conocidos y esperados por la platea. Rodada y ambientada en Madrid, no faltan ni el prólogo con la voz en off narrando rutinas propias del ciudadano de a pie en tono jocoso, en este caso la afición al fútbol los domingos por la tarde-, ni lugares tan recurrentes como la sala de fiestas con orquesta tocando a la que acuden los protagonistas con ánimo de ligar[1].

El film, un producto propio de su tiempo en los parámetros del cine español, funciona sin problema, no ya como sátira del boxeo, sino más bien como fábula moral, donde los buenos sentimientos y los nobles actos llevan siempre a buen puerto. En este caso lo hace a través de la historia de un pobre diablo embaucado por su amigo tras una acción fortuita que de pronto se ve metido a disputar el título de campeón de España de boxeo. Una premisa que da lugar a situaciones chistosas y divertidas, con la picaresca propia del cine español (e italiano) de su época[2], destacando sobre todo el talento interpretativo de su estupendo reparto, y ello a pesar de que la dirección de Ramírez peca de torpe y/o poco cuidada en la resolución de algunas escenas. Una producción nacida con el mero objetivo de divertir y entretener al público, y que le da a éste lo que pide, no faltando los ingredientes habituales como la, más o menos, obligatoria relación amorosa (por supuesto, más platónica que física), ni el imperativo final feliz (en la que el currante, eso sí, tiene que seguir trabajando para salir adelante). Todo muy light y muy aleccionador, de acuerdo, saliéndose de tono con un gag políticamente incorrecto (visto hoy día, claro) en ese arranque de la película en el que Miguel y Manolo fingen una invalidez por parte del primero para colarse sin pagar en el estadio Santiago Bernabéu, donde brilla ese humor de pícaros tan mediterráneo recuperado por Santiago Segura a finales de los noventa en Torrente, el brazo tonto de la ley (1998)[3], en la que, no por casualidad, rescató para la gran pantalla a Tony Leblanc.

La temática pugilística era de sobras conocida en aquellos años en nuestro país. Recordemos que el boxeo en esos tiempos era uno de los deportes más aclamados por el público, sólo superado en afición por el fútbol[4]. Incluso el propio Tony Leblanc había practicado el pugilismo antes de dedicarse a la interpretación. El boxeo había gozado de gran repercusión en España en las décadas de los veinte y treinta, y en los sesenta y setenta viviría una segunda edad dorada. Además, el español medio estaba acostumbrado a películas ambientadas en este deporte de contacto, sobre todo gracias a no pocas cintas de cine negro norteamericanas. En la piel de toro, no obstante, tal actividad física también sería retratada en un buen ramillete de producciones como Young Sánchez (1964), segundo largometraje dirigido por Mario Camus y que realizó para Ignacio F. Iquino; Urtain, rey de la selva… o así (1969), documental tipo mondo de Manuel Summers que cuestionaba los triunfos en el cuadrilátero de José Manuel Ibar Aspiazu, «Urtain»[5]; Cuadrilátero (1970), de Eloy de la Iglesia, que contó en su reparto con el campeón de los pesos pluma José Legrá, apodado “el puma de Baracoa”; el telefilm Mala racha (1977), de José Luis Cuerda, protagonizado por Sancho Gracia, entonces una estrella de las 365 líneas; la comedia Yo hice a Roque III (1980), tercera de las cintas en las que Mariano Ozores unió a los cómicos Andrés Pajares y Fernando Esteso y que guarda varias similitudes argumentales con el film que nos ocupa; o El crack (1981), de José Luis Garci[6]. De igual modo, también en el cine de género (en un sentido más canónico) se dejó ver la impronta este deporte, como ejemplifica que uno de los criminales protagonistas del thriller (con ecos de poliziesco) El clan de los nazarenos (1975), de Joaquín Luis Romero Marchent, sea un púgil[7]. También otra expresión popular, como fue el tebeo español de aquel entonces, retrató el boxeo en innumerables ocasiones. Fijando nuestra mirada en la muy notoria Editorial Bruguera, en numerosas de sus páginas encontramos historietas con boxeo y/o boxeadores, y con un humor muy próximo al de El tigre de Chamberí de Pedro L. Ramírez.

Alfonso & Miguel Romero


[1] Uno y otro (prólogo y sala de fiestas) se dejan ver en multitud de títulos contemporáneos. Valga como muestra Fin de semana (1964), de Pedro Lazaga.

[2] Por aquellas fechas se estrenarían películas como Los tramposos (1959), dirigida por Pedro Lazaga y con Tony Leblanc también en el cast, con una gran repercusión en la taquilla.

[3] De unos años a esta parte, Segura se ha acomodado en el humor para toda la familia y todos los públicos con Padre no hay más que uno (2019), sus variaciones y sus respectivas secuelas.

[4] El documental Juguetes rotos (1966), de Manuel Summers, trataba sobre figuras del toreo, el fútbol y el boxeo, principalmente, estrellas en su momento y ya olvidados en la fecha de realización del mismo. Ellos son los «juguetes rotos» a los que se refiere el título.

[5] Igualmente escéptico sobre los logros del vasco en los cuadriláteros se mostró José María García en su libro Comedia Urtain (Publicaciones Controladas, 1972).

[6] Aunque el pugilismo se iría alejando del cine español, en 2005 dos películas trataron la temática: A golpes, de Juan Vicente Córdoba, y Segundo asalto, de Daniel Cebrián. En el caso de esta segunda se trataba del boxeo femenino, tal y como hiciera un año antes Clint Eastwood en la oscarizada Million Dollar Baby (Million Dollar Baby, 2004).

[7] Dicho personaje, apodado Punch, es interpretado por un púgil profesional, el campeón de los pesos welter y medios Luis Folledo, a quien en la gran pantalla se le pudo ver también en ¡Dame un poco de amooor…! (1968), de José María Forqué, y (sin acreditar) en la arriba citada Yo hice a Roque III.

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